Por primera vez, el nivel de riquezas ha
llegado a tales niveles que la desigualdad Norte-Sur ha llegado a ser
insostenible. El mil millón de “gentes” de los países ricos gana 150 veces más per.
capita, en media, que los mil millones
más pobres. Entre los extremos “individuales”, el más adinerado puede tener mil
o incluso un millón de veces más que el más desheredado.
Por primera vez, y para nuestra locura, los
militares disponen de stocks de armas atómicas susceptibles de destruir, en
cualquier instante, lo esencial de nuestras civilizaciones. ¿Podemos pararles a
tiempo?
Por primera vez, estamos en trance de
demoler sistemáticamente –ante la indiferencia general- los climas del planeta.
Por primera
vez, en fin, una crisis se extiende a escala mundial, y los países ricos, muy
preocupados por sus privilegios, rehúsan hacer lo necesario para acabar con el
paro masivo y la miseria que ello entraña.
Preservar en esta serie de errores sería correr
riesgos de los cuales no se puede medir aún la gravedad. Hace falta
resueltamente buscar la salida a la
“cortapisa” del liberalismo económico, el gran responsable. Así que hay
que volver a dar la prioridad a lo social, al desarrollo humano, a base de una justicia social a escala mundial: tarea
aplastante y de largo aliento… Hace falta en fin intentar organizar un desarrollo
verdaderamente duradero, y poner en el primer plano todas las medidas capaces
de reducir las agresiones contra la ecología.
Esto nos lleva a repensar en profundidad
toda la “política”, a volver a dar la prioridad a los derechos del hombre; a los derechos civiles y políticos, a las libertades, pero también a
los derechos sociales, económicos y culturales, es decir, al derecho al trabajo,
el derecho a un techo, a la salud, a la educación, a una vida decente, no
solamente en Occidente, donde estos derechos comienzan a estar burlados, sino
en todas partes del mundo. Problemas que nuestra democracia occidental, a pesar
de tener ciertas cualidades, no se ha revelado apta para resolver plenamente,
se diga lo que se diga, ni aquí ni en otras partes.
René Dumont, La pobreza y el desempleo. El liberalismo o la democracia
Seuil, París, 1994, pp. 107-108.
Este fragmento citado
de la obra de René Dumont publicada en el año 1994, se adapta de forma absolutamente clara y concisa la
realidad en la que el mundo globalizado se encuentra hoy sumergido, denunciando
la incapacidad del sistema capitalista de enfrentar su peor consecuencia
directa, la desigualdad social en todos sus aspectos; así como también sus
efectos catastróficos en materia medioambiental.
La idea de “repensar
en profundidad toda la política”, parece ser el camino más sensato a la vista
para llevar a cabo el cambio necesario en la mentalidad de las sociedades más
favorecidas con el sistema actual, se hace urgente despertar en ellas el
sentimiento de pertenencia, de conjunto. Lograr entender la idea de humanidad,
en fin; de “aldea global” en su sentido más puro.